En su reflexión sobre lo cómico, Hegel dice que el verdadero humor es impensable sin el infinito buen humor, escúchalo bien, eso es lo que dice literalmente: «infinito buen humor»; «unendliche Wohlemutheit!». No la burla, no la sátira, no el sarcasmo. Solo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres, y reírte de ella.
He vuelto a leer a Kundera con esta novela tan cortita. La verdad es que se hace muy corta, no solo por el número de páginas, sino por las situaciones que explica. En realidad la historia es fácil y difícil de explicar a la vez.
Al inicio de la novela, uno de sus protagonistas reflexiona sobre el carácter erótico de los ombligos. A partir de ahí, asistimos como lectores omniscientes a los encuentros y desencuentros de los personajes, un grupo de hombres que por cosas de la vida se relacionan e incluso asisten juntos a fiestas, pero que entre ellos no se llevan del todo bien. La insignificancia del título es un concepto recurrente a lo largo de la historia, donde algunos se las dan de grandes conquistadores, otros fingen graves enfermedades no se sabe muy bien por qué, y todos desfilan dejando jugosas anécdotas e interesantes diálogos a lo largo del libro. Y es que más que lo que ocurre, como en los demás libros de Kundera que he leído (La insoportable levedad del ser, El libro de los amores ridículos, La ignorancia), importa cómo ocurre, cómo lo viven sus personajes. Como la vida misma, vaya.
¿Quién no ha reflexionado alguna vez sobre le que ha venido dado nada más nacer? Y cuando digo lo que le ha venido dado, también me puedo referir a lo que nunca ha tenido. A la desventaja o ventaja comparativa con respecto a otros, en cualquier caso injusta. En cierto momento Kundera lo plasma muy bien. Y siguiendo la tónica de la superficialidad y la insignificancia, la reflexión se hace desde la óptiva de la belleza física, o más bien desde el lado contrario. ¡Qué injusto nacer feo!
– ¡Míralos, míralos a todos! Al menos la mitad de los que ves son feos. ¿También forma parte de los derechos humanos ser feo? ¿Sabes tú lo que significa cargar con tu fealdad toda la vida? Tampoco has elegido tu sexo. Ni el color de tus ojos. Ni tu siglo. Ni tu país. Ni tu madre. Nada de lo que realmente cuenta. Los derechos de los que puede disponer el ser humano solo se refieren a nimiedades por las que carece de sentido luchar unos contra otros o escribir solemnes declaraciones.
Esta novela es la última (¿de momento?) de Milan Kundera, que cumplió los 85 años en el 2014, año de publicación de esta fiesta de la insignificancia. La novela supuso un acontecimiento literario, pues Kundera había escrito su novela anterior, La ignorancia, allá por el 2000. Desde luego, con 85 años parece difícil que escriba más novelas el autor checo, pero, ¿quién sabe? Con la agudeza y ritmo que derrocha en esta novela, todo parece posible. Desde luego, parece tener el mismo punto de vista que muchos de nosotros acerca de los cumpleaños. Esto se dice de uno de sus protagonistas, en quien es más grande la necesidad de que lo festejen que el pesar de hacerse viejo.
(D’Ardelo) Desde hacía ya muchos años, había empezado a odiar los cumpleaños. Por culpa de las cifras que les encasquetaban. Aún así, no conseguía ignorarlos porque, en él, era más fuerte el placer de ser festejado que la vergüenza de envejecer.
Me hizo gracia encontrarme con algunos conceptos que ya conocía de otros de sus libros. Aparte de conceptos muy generales, me encontré con uno muy concreto que ya había visto en el relato «Que los muertos viejos dejen sitio a los muertos jóvenes», de El libro de los amores ridículos. Ese concepto de «muerto viejo», muerto de hace tiempo al que ya nadie recuerda. Pensándolo un poco, es tristísimo. Ese paso de seres vivos a marionetas, que puede llevar más o menos tiempo, y que solo acentúa la insignificancia de la existencia.
– El tiempo corre. Gracias a él, primero vivimos, lo cual quiere decir que ya hemos sido acusados y juzgados por la gente. Luego morimos y permanecemos aún unos años entre los que nos han conocido, pero muy pronto se produce otro cambio: los muertos pasan a ser muertos viejos, de los que ya nadie se acuerda y que desaparecen en la nada; tan sólo unos cuantos, muy, muy pocos, imprimen su nombre en la memoria de la gente, pero, ya sin testigos fehacientes, sin un solo recuerdo real, pasan a ser marionetas…
¿Qué importa lo que hagamos? ¿Qué importan las pequeñas alegrías y tristezas, o para el caso, también las más grandes? Aunque los personajes no dejan de juguetear con la idea de la insignificancia, de la levedad del ser, no pueden evitar verse envueltos en la vorágine de los pequeños acontecimientos que llenan los días. ¿A que todos nos ha pasado alguna vez, eso de darle vueltas a cualquier tontería que nos ha ocurrido, repensando por qué hemos hecho o dicho algo? ¿Cuántas veces nos hemos sentido desilusionados con nosotros mismos? La vida no es nada, y encima la pasamos arrepintiéndonos de cómo somos o cómo actuamos…
No conseguía olvidar la voz estridente que le había llamado «imbécil» y seguía oyéndose suplicar «Perdón», a lo que ella respondió «¡Gilipollas!». ¡Una vez más había pedido perdón sin motivo! ¿Por qué siempre ese estúpido reflejo de pedir perdón? No podía quitarse de encima ese recuerdo y sintió la necesidad de hablar con alguien.
Como en otras obras suyas, a Kundera le gusta teorizar y hablar del juego de la seducción, en este caso desde el punto de vista de estos hombres, algunos con más suerte que otros en asuntos de mujeres, por motivos diferentes. En una de las ocasiones, el hablar de mujeres se enlaza con la idea de la inutilidad. Al leer esto hay que tener en cuenta que los que hablan son hombres que no poseen la verdad absoluta sobre la seducción o las mujeres, pero no deja de ser una teoría curiosa, esa que explican en el libro por la cual un patán puede tener más éxito ligando que un hombre brillante.
– La inutilidad de ser brillante. Sí, lo entiendo.
– Es algo más que inutilidad. La nocividad. Cuando un tipo brillante intenta seducir a una mujer, ésta tiene la impresión de entrar en una competición. Ella también se siente obligada a deslumbrar. A no entregarse sin resistencia. Mientras que la insignificancia la libera. La descarga de precauciones. No exige ninguna agudeza. La despreocupa y, por tanto, la hace más fácilmente accesible.
A lo largo del libro, y mezclada con la narración de la fiesta en sí, y otras cosas que le ocurren a los protagonistas, hay entretejida una anécdota sobre Stalin, en la que se le caricaturiza y se explica una historia suya – no sé si real o no- según la cual se escondía en el baño para escuchar lo que sus hombres de confianza decían de él. Una manera sutil y elegante de burlarse de un ídolo, una figura casi mesiánica, un santo o un demonio según a quien se le pregunte.
– Lo que me parece increíble en toda esa historia es que nadie entendiera que lo de Stalin era una broma.
– Claro – dijo Charles y volvió a dejar el libro encima de la mesa -, porque todos a su alrededor habían olvidado ya qué es una broma.
Kundera tiene una habilidad única para teñir de trascendente lo banal y lo trascendente de insignificante. Me encanta cómo puede pasar de las ideas más descabelladas a pensamientos dramáticos, a todo lo contrario. Precisamente algo que tiene mucha importancia en su libro (y así lo demuestra el fragmento que he puesto al principio) es el humor amargo que destila su narrativa, cómo le puede dar vueltas a las cosas y retorcerlas para llegar a conclusiones poco comunes. Como por ejemplo esta reflexión sobre si los coitos de los que procedemos condicionan cómo somos.
Ese coito lo hipnotizaba y le inducía a suponer que cada ser humano es el calco del segundo durante el que ha sido concebido. Se levantó delante del espejo y observó su cara para hallar en ella las huellas del doble odio simultáneo que lo había engendrado.
Milan Kundera rebosa maestría en esta novela de frases en apariencia sencillas que van tejiendo un divertimento más serio de lo que aparenta ser. La insignificancia queda de manifiesto con estas historias de personajes atormentados e infelices, la incapacidad de ver la vida con humor tiene consecuencias negativas. Todo es un teatro, y por eso este aire teatral que le da a todo y todos en estas páginas. Solo nos queda reírnos de la vida misma, que está llena de insignificancia. Al final el que más desapercibido pasa, es el que se lleva a la chica guapa. Venciendo a los brillantes, a los que demuestran sus buenas cualidades.
Este último fragmento resume perfectamente la esencia del libro. Quizá no es la novela más brillante de Kundera, pero la aconsejaría a los que han disfrutado otros libros suyos porque para mí, merece la pena.
La insignificancia, amigo mío, es la esencia de la existencia. Está con nosotros en todas partes y en todo momento. Está presente incluso cuando no se la quiere ver: en el horror, en las luchas sangrientas, en las peores desgracias. Se necesita con frecuencia mucho valor para reconocerla en condiciones tan dramáticas y para llamarla por su nombre. Pero no se trata tan solo de reconocerla, hay que amar la insignificancia, hay que aprender a amarla. Aquí en este parte, ante nosotros, mira, amigo mío, está presente con toda su evidencia, toda su inocencia, toda su belleza. Sí, su belleza. Como has dicho tú mismo: la animación es perfecta, y totalmente inútil, los niños que ríen, sin saber por qué, ¿acaso no es hermoso? Respira, D’Ardelo amigo mío, respira esta insignificancia que nos rodea, es la clave de la sabiduría, es la clave del buen humor.
Autor: Milan Kundera
Título original: La fête de l’insignifiance
Año publicación: 2014
Número de páginas: 138
ISBN: 978-8483839287
Leído en… español (Ed. Tusquets)