«Quédese», le dijo el ministro, «y haga un último sacrificio por salvar la patria».
«No, Herrán», replicó él, «ya no tengo patria por la cual sacrificarme».
Era el fin. El general Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios se iba para siempre.
Aunque este año estoy leyendo menos que nunca, he tenido la oportunidad de leer un par de novelas de Gabriel García Márquez, la que reseñé no hace mucho (La mala hora) y esta otra. No me disgustaría leer alguna más antes de que termine el 2014.
En el caso de El general en su laberinto, desconocía por completo de qué trataba cuando comencé a leerlo. Para explicar el argumento haré una breve introducción histórica, inevitable en este caso.
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Ponte Palacios y Blanco, nacido en 1783, fue un militar y político venezolano, una de las figuras más destacadas en el proceso de emancipación americana frente al Imperio Español. Tuvo un gran peso en el proceso de independencia de Bolivia, Ecuador, Colombia, Panamá, Perú y Venezuela. A los 47 años, en 1830, Bolívar salió de Bogotá con poco dinero y un puñado de amigos y políticos, comunicando a todo el que quisiera escuchar que se retiraba y que su objetivo era viajar a Europa. A pesar de no ser un anciano, su salud estaba muy deteriorada, y su mente también. En el libro se narra lo ocurrido desde el momento de su partida hasta el momento de su muerte, pocos meses después y tras un tortuoso viaje. La verdad es que mientras lo leía me daba cuenta de que el hecho de que mis conocimientos de historia iberoamericana son más bien escasos, estaba también limitando mi experiencia de lectura. Pero nada que no puedan solucionar un par de búsquedas en Google. 😉
Siempre tuvo a la muerte como un riesgo profesional sin remedio. Había hecho todas sus guerras en la línea de peligro, sin sufrir ni un rasguño, y se movía en medio del fuego contrario con una serenidad tan insensata que hasta sus oficiales se conformaron con la explicación fácil de que se creía invulnerable.
La pregunta que me surgía continuamente mientras leía era la siguiente: ¿cómo de fiel a la historia es esta novela? Pues pronto pude salir de dudas. El germen de esta novela, la idea de escribirla, surgió para García Márquez cuando leyó un texto sobre el mismo tema de su amigo el escritor Álvaro Mutis (se titula El último rostro), a quien está dedicada esta novela. En este relato Mutis utiliza al personaje ficticio Napierski, un coronel que en principio habría conocido a Simón Bolívar y pasado unos días a su lado. García Márquez, por su lado, utiliza como fuente histórica a este Napierski en su novela. Por lo que he leído, García Márquez estuvo investigando durante dos años, leyendo los 34 tomos de las memorias del edecán irlandés de Bolívar, llamado O’Leary, entre otros muchos documentos históricos y tras consultar con académicos. Se puede pensar que en la novela, por lo tanto, hay mucho de verdad y se podría calificar de histórica.
Sea como sea, El general en su laberinto es un estupendo retrato de un personaje en su etapa crepuscular. La novela es la historia de su agonía, de un declive y un final que se negaba a aceptar. Hay que imaginar que Simón Bolívar fue un héroe, una gran figura, un conquistador en muchos sentidos. Ya podía intuir que su leyenda no moriría nunca, y lo que se deja entrever es que tampoco esperaba irse a la tumba él. No, al menos, mientras tuviese responsabilidades políticas y tareas pendientes. Simón Bolívar se llamó a sí mismo un «hombre de dificultades», y a través de estas páginas se pueden adivinar multitud de problemas sin resolver, de temas pendientes. ¿Qué puede hacer contra la Historia – con mayúsculas – una simple enfermedad? ¿Una debilidad que el Conquistador creía transitoria?
«Estoy condenado a un destino de teatro».
Miranda no olvidó ni pudo entender jamás aquella frase hermética del joven guerrero que en los año siguientes volvió a su tierra con la ayuda del presidente de la república libre de Haití, el general Alexandre Pétion, cruzó Los Andes con una montonera de llaneros descalzos, derrotó a las armas realistas en el puente de Boyacá, y liberó por segunda vez y para siempre a la Nueva Granada, luego a Venezuela, su tierra natal, y por fin a los abruptos territorios del sur hasta los límites con el imperio de Brasil.
Sin embargo, no es una narración tan solo de muerte, debilidad y agonía. A través de sus momentos más bajos e indignos, se deja traslucir cómo de grande fue la persona, y sobre todo, el personaje. La novela está contada en tercera persona, con recuerdos y menciones breves de eventos específicos de la vida del General. No se menciona su nombre en todo el libro más que una vez, al final del primer capítulo, y sin embargo sí se utiliza de forma muy frecuente el apelativo genérico de «el General».
El General parte con la compañía de algunos amigos, unos pocos oficiales que todavía le eran fieles, y su confidente y ayudante personal, José Palacios. Este ayudante es toda una presencia a lo largo del libro. Siempre solícito, siempre presente, siempre discreto.
José Palacios repetía: «Lo que mi señor piensa, solo mi señor lo sabe».
***
«El gran poder existe en la fuerza irresistible del amor», suspiró de pronto. «¿Quién dijo eso?»
«Nadie», dijo José Palacios.
No sabía leer ni escribir, y se había resistido a aprender con el argumento simple de que no había sabiduría mayor que la de los burros. Pero en cambio era capaz de recordar cualquier frase que hubiera oído por casualidad, y aquella no la recordaba.
Es una comitiva pequeña y por tanto hay personajes que salen con frecuencia, ya sea en los hechos actuales o en los recuerdos del General. El más cercano por supuesto que es José Palacios, pero como figura importante e íntima tenemos a Manuela Sáenz, amante durante muchos años de Simón Bolívar y a la que este llegó a llamar «la libertadora del libertador». Hay un momento de la novela en que se afirma de ella que era «la aguerrida Quiteña que lo amaba pero que no iba a seguirlo hasta la muerte». También tenemos al mencionado O’Leary, a Francisco de Paula Santander, a José Antonio de Sucre o Belford Hinton Wilson.
«No me diga que ha derrotado a la nostalgia», dijo él.
«Al contrario: la nostalgia me ha derrotado a mí», dijo Wilson. «Ya no le opongo la menor resistencia».
«Entonces, ¿quiere o no quiere volver?»
«Ya no sé nada, mi general», dijo Wilson. «Estoy a merced de un destino que no es el mío».
Por supuesto, en el libro se habla de política, en abundancia pero con el toque sesgado que es necesario al estar centrada la narración en un personaje de fuertes convicciones. Durante el viaje, el General va encontrando personas que le apoyan y también detractores. Ajenos a sus graves problemas de salud, muchos siguen pidiéndole que vuelva a la política, o ayuda con los problemas que hay en cada pueblo. Unos le apoyan incodicionalmente, otros le acusan de promover desórdenes en la sociedad, o de fingir su partida para que sus adversarios se confiaran…
Uno de ellos resumió en una frase el sentimiento de todos: «Ya tenemos la independencia, general, ahora díganos qué hacemos con ella».
Uno de los temas que subyacen en la novela es el del cuerpo traidor al espíritu, cómo un personaje que presuponemos tan «grande» murió con la moral destrozada, el ánimo destruído y en una terrible soledad en compañía. Antes de su muerte predominaron en su ánimo sentimientos tan terribles como la impotencia o el desengaño. Quizá es cierto que cuanto más alto se ha estado, más dura es la caída, como en este caso. Qué ataque de lucidez cuando, percatándose de la proximidad de la muerte y la gravedad de su estado, afirmó: «¡Cómo saldré yo de este laberinto!»
Hasta su desnudez era distinta, pues tenía el cuerpo pálido y la cabeza y las manos como achicharradas por el abuso de la intemperie. Había cumplido cuarenta y seis años el pasado mes de julio, pero sus ásperos rizos caribes se habían vuelto de ceniza y tenía los huesos desordenados por la decrepitud prematura, todo él se veía tan desmerecido que no parecía capaz de perdurar hasta el julio siguiente.
También hay que mencionar alguna referencia a otra de sus novelas, Del amor y otros demonios. En el inicio de aquella novela vemos cómo un perro rabioso muerde a una niña blanca en un mercado lleno de personas que nada tenían que ver con ella (o sí).
Cuando entraron por la puerta de la Media Luna, un ventarrón de gallinazos espantados se levantó del mercado al aire libre. Aún quedaban rastros de pánico por un perro con mal de rabia que había mordido en la mañana a varias personas de diversas edades, entre ellas a una blanca de Castilla que andaba merodeando por donde no debía.
Siempre me resultan curiosas las referencias a otras artes en la literatura. En este caso a dos cuadros que he buscado por curiosidad. Retratos de Simón Bolívar hay tantos…

Fue solo a posar para Antonio Meucci, un pintor italiano que estaba de paso en Cartagena. Se sentía tan débil que debía posar sentado en la terraza interior de la mansión del mmarqués, entre las flores salvajes y el jolgorio de los pájaros, y de todos modos no podía estar inmóvil más de una hora. El retrato le gustó, aunque era evidente que el artista le había visto con demasiada compasión.

El pintor granadino José María Espinosa lo había pintado en la casa de gobierno de Santa Fe poco antes del atentado de septiembre, y el retrato le pareció tan diferente de la imagen que tenía de sí mismo…
Ya termino la reseña, no quiero alargarla hasta el infinito. No se me da bien reseñar libros, así que solo diré la impresión que ha dejado en mí. Este no es un libro para leer cuando uno está triste. La desesperación que se respira en la agonía y no aceptación de la muerte del General es algo que puede calar hondo. El deterioro del cuerpo, la injusticia de la enfermedad y la muerte, y los recuerdos dolorosos de un pasado mejor son los temas centrales junto al obvio, la biografía parcial y el retrato histórico de un gran personaje de Sudamérica.
Autor: Gabriel García Márquez
Año primera publicación: 1989
ISBN: 9788439704782
Número de páginas: 272
Leído en… español (Ed. RBA, 1993)
Dedicatoria:
Para Álvaro Mutis, que me regaló la idea de escribir este libro
Información Bitacoras.com
Valora en Bitacoras.com: “Quédese”, le dijo el ministro, “y haga un último sacrificio por salvar la patria”. “No, Herrán”, replicó él, “ya no tengo patria por la cual sacrificarme”. Era el fin. El general Simón José Antonio de la Santísima Trinidad B..…