Tenía en el regazo un racimo de uvas doradas que volvían a retoñar tan pronto como se las comía. Pero esta vez no las arrancaba una por una, sino de dos en dos, sin respirar apenas por las ansias de ganarle de ganarle al racimo hasta la última uva.
Me encanta todo lo que he leído hasta ahora de García Márquez. Y por suerte, todavía me queda mucho por leer (una parte significativa de estas), el simple hecho de saberlo, aunque no sepa qué libro suyo leeré a continuación o cuándo lo haré es una sensación maravillosa. En esta ocasión, no voy a mentir, la verdad es que no me llamaba mucho la atención la premisa de la novela. Pensaba que no la sentiría cercana, que me parecería remota, que no la disfrutaría como disfruté Cien años de soledad, o, mejor aún, El amor en los tiempos del cólera. Pero por suerte me he equivocado, me leí la novela en un fin de semana de esos en que hay los suficientes ratos libres como para poder hacerlo. Conecté con la historia de algún modo improbable, pero sobre todo conecté con la forma que tiene el escritor de contarnos y transmitirnos las emociones y pesares de los personajes.
En el título el amor ocupa un lugar importante. Pero, por un momento, olvidaos de tópicos. El amor no siempre es “oh, qué bonito, besos y pétalos de rosa y se casaron y fueron felices para siempre”. Imaginaos ese tipo de amor que es todo menos bonito, alejado del paradigma del amor romántico. Puede ser obsesivo, un amor más carnal que otra cosa, algo más parecido a un sentimiento primario… es lo que encuentro que se le da mejor a García Márquez. Y puede que sea una opinión que otra gente no compartirá, pero creo que ha escrito libros muy tristes, llenos de muerte, amores desgraciados, sufrimiento, dolor… Y claro, también hay cosas buenas, porque siempre las hay, pero los personajes más emblemáticos, los que más recuerdo, sufren lo indecible en sus historias.
Un perro cenizo con un lucero en la frente irrumpió en los vericuetos del mercado el primer domingo de diciembre, revolcó mesas de fritangas, desbarató tenderetes de indios y toldos de lotería, y de paso mordió a cuatro personas que se le atravesaron en el camino. Tres eran esclavos negros. La otra fue Sierva María de Todos los Ángeles, hija única del marqués de Casalduero, que había ido con una sirvienta mulata a comprar una ristra de cascabeles para la fiesta de sus doce años.
En este caso la historia tiene como centro a una niña, Sierva María. Cuenta el autor al principio del libro que se inspiró en un hecho real para imaginar esta historia. Gabriel García Márquez estuvo presente en el momento en que se abrió una cripta en que estaba reposando el cadáver de una niña. La peculiaridad es que el pelo de la niña había seguido creciendo después de muerta, y medía 22 metros y pico. La novela, como digo, tiene como centro a Sierva María, hija de unos marqueses pero que se ha criado con los esclavos. Por eso, tiene más en común con ellos que con los de su sangre. Cuando, un día mientras pasea por el mercado con una esclava, le muerde un perro rabioso, su familia teme lo peor: que haya contraído la rabia. Eso comienza un calvario para la niña, y no quiero contar mucho más, básicamente porque la historia más o menos se va a adivinar cuando ponga fragmentos, pero habrá mucho sufrimiento en la novela. Y no solo para ella.
Lo que voy a poner a partir de aquí revela algunos detalles que quizá no interesen a quien no ha leído el libro y piensa hacerlo. Aún así, ya digo que a mí me ha gustado tanto el estilo y el retrato de personajes, que el saber parte de lo que iba a ocurrir no hubiera provocado un disfrute menor del libro. Aún así, el que avisa no es traidor.
Uno de los personajes que aparece en repetidas ocasiones en la novela es Abrenuncio, un médico calificado de hereje por la iglesia y de métodos poco ortodoxos. Es el primero al que acude el padre de Sierva María. La actitud de Abrenuncio es la de alguien que pretende (aunque no siempre con éxito) enfocar la vida como algo precioso, con ausencia de supersticiones y sufrimientos innecesarios.
Creo que esto se puede resumir en una frase que dice en el transcurso de la historia, dirigiéndose a un religioso:
«Ustedes tienen una religión de la muerte que les infunde el valor y la dicha para enfrentarla», le dijo. «Yo no: creo que lo único esencial es estar vivo».
Y en esta otra respuesta que da al marqués a propósito del tratamiento al que hay que someter a Sierva María.
«¿Y mientras tanto?», preguntó el marqués.
«Mientras tanto», dijo Abrenuncio, «tóquenle música, llenen la casa de flores, hagan cantar los pájaros, llévenla a ver los atardeceres en el mar, denle todo lo que pueda hacerla feliz». Se despidió con un voleo del sombrero en el aire y la sentencia latina de rigor. Pero esta vez la tradujo en honor del marqués: «No hay medicina que cure lo que no cura la felicidad».
Hay otros personajes interesantes. Uno es Bernarda, la madre de la niña, que vive inmersa en sus vicios y su propia decadencia, y muy alejada de su hija, o de sentir amor por ella. Otro es el marqués, un hombre de carácter débil, permanentemente lleno de terrores y apático en general. Los dos padres de Sierva viven inmersos en su enfermedad y melancolía, cada uno a su modo e infinitamente lejos a pesar de compartir techo. A continuación pongo un fragmento que habla del marqués y de su particular carácter.
El mastín de presa que velaba sin pestañear frente a su dormitorio lo inquietaba más que los otros peligros. Él lo había dicho: «Vivo espantado de estar vivo». En el destierro adquirió el talante lúgubre, la catadura sigilosa, la índole contemplativa, las maneras lánguidas, el habla despaciosa, y una vocación mística que parecía condenarlo a una celda de clausura.
Aparte de la propia niña, que de algún modo parece víctima en la historia de las decisiones y errores de los demás, tenemos a un protagonista, Cayetano, un sacerdote que acabará estableciendo una relación muy estrecha con Sierva María. Y claro, el amor.
Se retiró a la biblioteca más temprano que de costumbre, pensando en ella, y cuanto más pensaba más le crecían las ganas de pensar. Repitió en voz alta los sonetos de amor de Garcilaso, asustado por la sospecha de que en cada verso había una premonición cifrada que tenía algo que ver con su vida.
A pesar de lo que le pide su cuerpo y su corazón, veremos que Cayetano tiene serios conflictos internos sobre todo lo que ocurre. Su fe se ve enfrentada a la prueba más dura, su voluntad es puesta a prueba… El sacerdote se enamora por primera vez y ya desde el principio vemos el carácter obsesivo e imposible de ese “amor”. Y es lo que comentaba antes, que este amor, lejos de ser platónico, es como un huracán que lo destroza y lo arrasa todo, que impide a quien lo sufre pensar con claridad o actuar como lo haría en circunstancias normales. ¿Alguien ha dicho… locura de amor?
Abrió la maletita de Sierva María y puso las cosas una por una sobre la mesa. Las conoció, las olió con un deseo ávido del cuerpo, las amó, y habló con ellas en hexámetros obscenos, hasta que no pudo más. Entonces se desnudó el torso, sacó de la gaveta del mesón de trabajo la disciplina de hierro que nunca se había atrevido a tocar, y empezó a flagelarse con un odio insaciable que no había de darle tregua hasta extirpar en sus entrañas hasta el último vestigio de Sierva María. El obispo, que había quedado pendiente de él, lo encontró revolcándose en un lodazal de sangre y de lágrimas.
«Es el demonio, padre mío», le dijo Delaura. «El más terrible de todos».
Sí, hemos llegado al quid de la cuestión. La niña y el cura, unidos por un vínculo que convierte el amor en imposible y nada recomendable. Cayetano acabará siendo el exorcista de Sierva María. Pero no solo eso.
Solo entonces supo Sierva María que Cayetano era su exorcista y no su médico.
«¿Y entonces por qué me cura?», le preguntó.
A él le tembló la voz:
«Porque te quiero mucho».
Ella no fue sensible a su audacia.
Y claro, con estas pasiones tan encendidas, estos amores tan locos, al final pasa lo que tiene que pasar y el sentimiento llega a la carne, el amor y el sexo van indisolublemente unidos… no existe en este caso el punto medio, el amor platónico o el idilio inocente, a pesar de estar hablando de una niña y un sacerdote adulto. Gabriel García Márquez describe así una escena de sexo, en uno de los fragmentos que me parecen más inspirados de todo el libro, con una descripción perfecta de lo devastador que es ese acto para Cayetano. Por lo demás, una descripción lírica y delicada, que deja adivinar sin embargo todos los fuegos de la pasión que devoran a los protagonistas, sobre todo a él.
Él se paseó por su piel con la yema de los dedos, sin tocarla apenas, y vivió por primera vez el prodigio de sentirse en otro cuerpo. Una voz interior le hizo ver qué lejos había estado del diablo en sus insomnios de latín y griego, en los éxtasis de la fe, en los yermos de la pureza, mientras ella convivía con todas las potencias del amor libre en las barracas de los esclavos. Se dejó guiar por ella, tanteando en las tinieblas, pero se arrepintió en el último instante y se desbarrancó en un cataclismo moral.
Desgraciadamente, y sin entrar en más detalles, el amor no lo puede todo. Yo lo sé, tú, que estás leyendo esto, lo sabes… pero siempre queda la ilusión de pensar que será diferente en nuestro caso.
El marqués desempolvó la tiorba italiana. La encordó, la afinó con una perseverancia que solo podía entenderse por el amor, y volvió a acompañarse las canciones de antaño cantadas con la buena voz y el mal oído que ni los años ni los turbios recuerdos habían cambiado. Ella le preguntó por esos días si era verdad, como decían las canciones, que el amor lo podía todo.
«Es verdad», le contestó él, «pero harás bien en no creerlo».
Así que una novela triste, una novela pasional y terrible. Porque toda gran historia de amor suele ser a su vez una gran tragedia. Y esta, además, engancha de principio a fin.
Autor: Gabriel García Márquez
Año primera publicación: 1994
Editorial: Mondadori
ISBN: 9788439704539
Número de páginas: 192
País de origen del escritor: Colombia
Sí, de principio a fin que engancha. Y da igual si ya te has leído la novela… Cuando la relees, vuelve a engancharte igual. García Márquez es mucho García Márquez…
Besotes!!!
De mis autores favoritos, Gabo tiene un estilo impecable y una manera única de contar las cosas!
Besos!
Tampoco es el libro que más me ha gustado de García Márquez, pero sí es cierto que, en general, disfruto mucho de cualquier obra de este autor. Me encanta su manera de narrar las pasiones, tan descarnada y extrema 🙂
saluditos!
Ya, ni a mí, pero la verdad es que lo empecé con expectativas bastante bajas. El tema no me apasionaba especialmente, pero finalmente he disfrutado mucho la lectura. Eso sí, como a ti, me gustaron más otros libros suyos que he leído. Saludos! 🙂