Ante todo no hagas daño, de Henry Marsh (Reseña)

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La neurociencia nos dice que es altamente improbable que tengamos alma, pues cuanto pensamos y sentimos no es ni más ni menos que el parloteo electroquímico de nuestras neuronas. Nuestro sentido de la identidad, nuestros sentimientos y pensamientos, el amor que mostramos a los demás, nuestras esperanzas y ambiciones, nuestros odios y temores, todo eso muere cuando el cerebro muere. Mucha gente se niega a admitir este punto de vista, pues no solo nos priva de una vida más allá de la muerte, sino que parece reducir el pensamiento a mera electroquímica, convirtiendo nuestros cuerpos en simples autómatas, en máquinas de carne y hueso. Esa gente se equivoca de medio a medio, pues lo que hace en realidad es elevar la materia a cimas infinitamente misteriosas que no comprendemos.

Poco o nada tengo en común con un neurocirujano de fama internacional. Si embargo, algo hizo que me sintiera atraída por estas memorias profesionales. No fue el texto de la contraportada, en mi opinión bastante desmotivador. Tampoco había visto ninguna reseña que me motivara a comprarlo, como me ocurre con otros libros. Creo que precisamente fue la falta de puntos en común con la vida de este hombre lo que hizo que me interesara tanto.

Nunca me he visto en la consulta de un neurocirujano, ni por causa de enfermedad mía ni por la de nadie cercano (ni espero acabar en una, a poder ser nunca). Pero no me cuesta imaginar, echando mano de otras experiencias personales, lo que se debe sentir cuando uno está frente a frente con uno de estos profesionales. Máxime cuando, como cuenta Henry Marsh en el libro, muchos de los casos que tratan están relacionados con el cáncer. Por desgracia, todos conocemos bien el cáncer. Creo que lo que despertó mi curiosidad fue saber cuál es el punto de vista de un profesional curtido en mil batallas en el quirófano, alguien que está acostumbrado a que algunos de sus pacientes mueran, y otros sobrevivan gracias a su intervención.

Para mí, leer este libro ha sido bastante revelador. Muchas veces he estado sentada en una consulta, frente a todo tipo de profesionales, y muchas veces cuesta entender la actitud de algunos de esos médicos o especialistas. En este caso, Henry Marsh quiere dejar plasmadas sus memorias de tres décadas de profesión. De ese modo nos acerca un poco la visión que hay desde el otro lado de la mesa del despacho, qué piensa y qué siente el médico que debe lidiar con dolor y muerte en su consulta.

Lo que nos cuenta es que a pesar de ser un experto en el cerebro humano, le da la sensación de que el cerebro sigue siendo un gran desconocido para la ciencia, e incluso que, hasta cierto punto, «la humanidad conoce mejor la Luna que el cerebro». A propósito de esto, hay una cita del libro que ilustra bien la sensación que siente un experto en algo que en el fondo siente que desconoce en gran medida.

No hemos más que rasgado en la superficie, y creo que así seguiremos durante mucho mucho tiempo. A veces me acuerdo de lo que decía Newton: ‘He sido un niño pequeño que, jugando en la playa, encontraba de tarde en tarde un guijarro más fino o una concha más bonita de lo normal. Y el océano de la verdad se extendía, inexplorado, delante de mí’. Así me siento yo muchas veces ante el cerebro, cuando opero tumores, como si estuviera recogiendo guijarros.

Marsh explica el temor casi reverencial que sentía cuando tenía que operar, el respeto por todo lo que implica hurgar en el cerebro de alguien, remover físicamente la materia que se encarga de regular los recuerdos, las emociones, los sueños, el carácter de una persona. Todo lo que cuenta en el libro puede detallarlo gracias a sus diarios, que lleva escribiendo desde que tenía 13 años; por eso es capaz de dar descripciones muy detalladas de las operaciones a las que hace referencia. Del tipo: «Le señalo a Jeff la arteria carótida y le pido a Irwin las tijeras microscópicas. Corto con cuidado el vaporoso velo de la aracnoides, en torno a la gran arteria que mantiene vivo medio cerebro».

Lo que cuenta Henry Marsh no tiene nada que ver con las series médicas, donde el melodrama y las emociones fuertes dominan cada día, todos los días. Su recuento tiene algunos puntos álgidos, algunos días decisivos que siempre recordará, mientras que otros son pura cotidianeidad, el dios-cirujano de cuyas manos depende la vida y la muerte tiene una familia, un hogar, sus propios problemas. Él, como todos, ha cometido errores y gracias a ellos ha aprendido. Lo que ocurre es que sus errores han costado vidas. No es un libro que, como se podría pensar, destruya la confianza que los pacientes puedan depositar en los médicos, sino que humaniza a estos últimos, los convierte en seres humanos a los que es más fácil entender. A lo largo del libro él da a entender lo que cree que debería ser una relación médico-paciente, cree que debería basarse en un nuevo contrato, en una relación más de igual a igual. Él cree que los médicos deben informar mejor y no negar la esperanza dentro del límite de lo realista, y que los pacientes no deben esperar milagros y han de ser más realistas.

Él lo cuenta como profesional y también como paciente. Su propio hijo al poco de nacer tuvo que ser operado por un colega suyo. Tal como cuenta, esa experiencia le ha servido para entender mejor a sus pacientes y para saber cómo es mejor tratarlos. Spoiler: el hijo salió bien parado de la operación.

Los dejé en la pequeña habitación, los cuatro sentados en el estrecho sofá con las rodillas muy juntas, y mientras recorría el pasillo del hospital en penumbra volví a maravillarme por la forma en que nos aferramos a la vida, y me dije que habría mucho menos sufrimiento si no lo hiciésemos. La vida sin esperanza es tremendamente difícil, pero con cuánta facilidad consigue la esperanza, en definitiva, volvernos necios a todos.

También deja muy claro que en su profesión, tanto más importante que saber el procedimiento de las operaciones y conocer la ciencia tras esas operaciones, es saber tomar la decisión de cuándo operar y cuándo no. Describe casos en los que consideró que era mejor operar y dejar morir al paciente, que luego obligar a ese mismo paciente a no poder valerse por sí mismo el resto de su vida. Considera en ocasiones que dejar morir a alguien puede ser mejor opción que la vida que va a tener esa persona si sobrevive y supera la operación. Y es que Marsh se posiciona en esto, hasta las últimas consecuencias, a favor de una vida y muerte digna. En el debate de la ley por una muerte digna, se posicionó a favor de la muerte asistida para enfermos terminales con menos de seis meses de vida. Defiende el derecho a elegir de las personas.

Y también, antes de terminar la reseña, quiero hacer mención al activismo de Henry Marsh, que no oculta ni maquilla sus opiniones políticas. Critica a un sistema sanitario, el suyo, que ha dejado de ser eficiente y donde se intenta mantener la misma calidad sin incrementar la plantilla ni invertir en mejoras. Opina que los gobernantes y políticos deberían hacer frente a la idea de que para mantener el sistema hay que subir impuestos, y no pretender que al exprimir a los profesionales todo irá bien.

Con 65 años Henry Marsh sigue operando aunque sabe que sus días en el quirófano están contados. Deja como legado muchas operaciones que salieron bien y salvaron vidas, muchas otras que salieron mal y provocaron la muerte de sus pacientes. También deja esta autobiografía profesional que deja entrever mucho de su vida personal y de su entrega a la profesión de neurocirujano, y un documental titulado The English Surgeon sobre sus operaciones en Ucrania.

Tan irresistible resulta intentar salvar una vida como difícil decirle a alguien que no puedo hacerlo, en especial si el paciente es un niño enfermo con padres desesperados. Y el problema se convierte en un dilema todavía mayor si no tengo una certeza absoluta. Poca gente ajena a la medicina comprende que la mayor tortura para los médicos es la incertidumbre, más que el hecho de tratar a menudo con gente que sufre o que va a morir. Es bastante fácil dejar que la enfermedad siga su curso y alguien muera si uno sabe sin la menor duda que no puede hacer nada por evitarlo; si eres un médico decente, serás comprensivo y delicado, pero la situación está clara. La vida es así, y todos tenemos que morir tarde o temprano. Pero si uno no está seguro de si puede ayudar o no, o de si debería ayudar o no, las cosas se vuelven cruelmente difíciles.

Autor: Henry Marsh
Título original: Do No Harm
Año publicación: 2014
País del autor: UK
ISBN: 978-84-98387209
Número de páginas: 346
Dedicatoria:

A Kate.
Sin ella, este libro nunca
habría sido escrito

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