Es evidente que Dios me concedió un destino oscuro. Ni siquiera cruel. Simplemente oscuro. Es evidente que me concedió una tregua. Al principio, me resistí a creer que eso pudiera ser la felicidad. Me resistí con todas mis fuerzas, después me di por vencido y lo creí. Pero no era la felicidad, era solo una tregua.
Estaba yo reordenando los libros que tenemos en Galicia cuando me encontré con este libro pequeñito de Benedetti. Pequeñito por grosor, por nada más. Como el tiempo no nos ha acompañado allí, he tenido un ritmo de lectura brutal, y La Tregua me la terminé en tan solo un día. Antes de comenzar diré que este libro no es precisamente para leer en un momento de tristeza o de amargura existencial, y ahora explicaré por qué.
Benedetti consigue que prácticamente veamos a través de los ojos del protagonista de esta novela. La historia está ambientada en Montevideo (Uruguay), narrada en primera persona, en forma de diario que abarca desde el 11 de febrero de 1958 hasta el 28 de febrero de 1959, y el protagonista es Martín, contable de 49 años, que ve próxima su jubilación y a quien la perspectiva de tanto tiempo libre y ocio intimida un poco. Martín lleva viudo unos 20 años, y durante todo ese tiempo ha criado lo mejor que ha podido a sus tres hijos, ahora ya adultos pero que todavía viven bajo su techo. En cuanto a relaciones sentimentales, desde que murió su mujer Isabel, no ha tenido ninguna realmente, sino que ha ido curando su necesidad con encuentros esporádicos con desconocidas.
Durante el diario Martín reflexiona a menudo sobre lo que ha supuesto para él quedarse viudo tan joven, a cargo de tres hijos que necesitaban que él ejerciera de padre y también de madre. Es un retrato de superación, de valentía aunque como él mismo explica, es bastante incapaz de sentirse orgulloso de las cosas que ha hecho y de sus logros.
La muerte es una tediosa experiencia; para los demás, sobre todo para los demás. Yo tendría que sentirme orgullloso de haber quedado viudo con tres hijos y haber salido adelante. Pero no me siento orgulloso, sino cansado. El orgullo es para cuando se tienen veinte o treinta años. Salir adelante con mis hijos era una obligación, el único escape para que la sociedad no se encarara conmigo y me dedicara la mirada inexorable que se reserva a los padres desalmados. No cabía otra solución salí adelante. Pero todo fue siempre demasiado obligatorio como para que pudiera sentirme feliz.
Martín es un tipo que se podría calificar de aburrido, visto desde fuera y sin conocer sus interioridades. Sin embargo, al mostrarnos su diario, Benedetti nos da una perspectiva bastante pesimista de la soledad que vive este hombre, de la rutina de su trabajo y la perspectiva aterradora de dejar ese trabajo que es de todo menos motivador. Él se pregunta qué hará con tanto tiempo, con tanto ocio, cuando no tenga que ir a trabajar todos los días. Él es uno de esos hombres prácticos, quizá un poco distantes o incluso fríos, pero a la edad que tiene ya se conoce y se explica a sí mismo en este diario. De algunas explicaciones a comportamientos suyos, me gustaron los razonamientos, muy anti-dramas innecesarios, muy pragmáticos, maduros a mi parecer. Pero a la vez también con mucha tendencia al desapego. Martín es el típico hombre que aguanta con entereza los golpes de la vida, pero a la vez es incapaz de sentir grandes alegrías o pasiones. Al menos así es como lo conocemos al inicio del libro.
Pero es que yo no puedo ser uno de esos tipos que andan siempre con el corazón en la mano. A mí me cuesta ser cariñoso, inclusive en la vida amorosa. Siempre doy menos de lo que tengo. Mi estilo de querer es ése, un poco reticente, reservando el máximo sólo para las grandes ocasiones. Quizá haya una razón y es que tengo la manía de los matices, de las gradaciones. De modo que si siempre estuviese expresando el máximo, ¿qué dejaría para esos momentos (hay cuatro o cinco en cada vida, en cada individuo) en que uno debe apelar al corazón en pleno?
Sin embargo algo cambia en el transcurso de ese año para él. Con tantas cosas en la cabeza (la jubilación a la vuelta de la esquina, algún que otro conflicto con sus dos hijos y su hija), los pequeños conflictos que tiene en el ambiente laboral… de repente aparece algo – alguien – que provoca en él una reacción que no esperaba. Una nueva empleada, muy joven, comienza a trabajar en su departamento. Ella es Avellaneda, él siempre se refiere a ella por su apellido y no por su nombre. Al inicio no puede evitar cierto deje paternalista al referirse a ella, que se muestra algo insegura en el trabajo pero con mucha actitud e inteligencia. Con el tiempo, llegará a sorprenderse a sí mismo viéndola con otros ojos y sintiendo algo por ella. En el proceso de percatarse de cuáles son sus propios sentimientos hacia Avellaneda, Martín realizará numerosas reflexiones sobre la única relación sentimental que ha tenido en su vida, la que mantuvo con su mujer Isabel. Con Isabel vivió pocos años, pero muy intensos a nivel sexual, los dos eran jóvenes y lo poco que compartieron lo recuerda Martín como una relación muy física, muy carnal. Sin embargo, Martín se da cuenta de que él no es el mismo, que Avellaneda poco tiene que ver con Isabel, que la juventud ha quedado atrás y él ya no siente ni se enamora de la misma manera. Tras muchos años sin amor (aparte del de sus hijos), ha perdido la perspectiva y todo en él son vacilaciones.
Se había levantado, así, envuelta en la frazada, y estaba junto a la ventana, mirando llover. Me acerqué, yo también miré cómo llovía, no dijimos nada por un rato. De pronto tuve conciencia de que ese momento, de que esa rebanada de cotidianidad, era el grado máximo de bienestar, era la Dicha. Nunca había sido tan plenamente feliz como en ese momento, pero tenía la hiriente sensación de que nunca más volvería a serlo, por lo menos en ese grado, con esa intensidad.
Para Martín, sobre todas las cosas, enamorarse de nuevo supone salir de esa zona de confort en la que durante tantos años ha habitado. Sabemos que esa zona de confort a menudo no equivale a un estado de felicidad, pero es lo que él conoce, a lo que se ha acostumbrado. Intentar algo nuevo supone una apuesta, formarse unas expectativas, ¿quizá fracasar y empeorar su situación? Lo cómodo de la resignación es que uno ya sabe lo que le espera mañana, algo que también es su parte negativa. Martín ya sabe lo que le espera si no actúa, si ignora sus propios sentimientos, en cambio si lo hace le espera terreno desconocido, quizá mejor, quizá peor.
He disfrutado mucho del libro, en todo momento quería leer la siguiente entrada del diario y ver qué le ocurría a Martín, del que por unas horas me sentí casi su alma gemela. Es curioso cómo una lectura en apariencia tan sencilla oculta reflexiones tan complejas sobre la vida, tan universales. Sin tener nada que ver con un contable que roza la cincuentena, algo machista, algo homófobo, que habitó el Montevideo ficticio de hace medio siglo, seguro que todos tenemos muchos puntos en común con él. Cada uno puede encontrar los suyos si lee el libro. Y de verdad que es una lectura muy agradable, ágil y fácil… pero también algo deprimente por su realismo. Seguro que leeré más cosas de Benedetti este año, me ha gustado – a pesar de la tristeza – esta incursión en su obra.
La teoría de ella, la gran teoría de su vida, la que la mantiene en vigor es que la felicidad, la verdadera felicidad, es un estado mucho menos angélico y hasta bastante menos agradable de lo que uno tiende siempre a soñar. Ella dice que la gente acaba por lo general sintiéndose desgraciada, nada más que por haber creído que la felicidad es bastante menos (o quizá bastante más, pero de todos modos es otra cosa) y es seguro que muchos de esos presuntos desgraciados son en realidad felices, pero no se dan cuenta, no lo admiten, porque ellos creen que están muy lejos del máximo bienestar.
Autor: Mario Benedetti
País del autor: Uruguay
Año primera publicación: 1960
ISBN: 978-8420-638218
Número de páginas: 171
Sin dedicatoria, abre el libro un poema de Vicente Huidrobo:
Mi mano derecha es una golondrina
Mi mano izquierda es un ciprés
Mi cabeza por delante es un señor vivo
Y por detrás es un señor muerto.
Me alegro mucho que te haya gustado la novela. Yo la leí hace años, Benedetti es de lectura obligada para todos los uruguayos y es uno de nuestros pequeños orgullos. Recuerdo la misma sensación de tristeza que mencionas, y ese sentir que la felicidad fue solo por un rato. A pesar de eso, la novela engancha y mucho. Benedetti hace una pintura perfecta de Montevideo, además (mi ciudad natal) que a pesar del tiempo, sigue siendo válida.
Si querés seguir leyéndolo, te recomiendo sus cuentos, con altibajos, como en todo, los tiene excelentes. Algunos de ellos describiendo en la cotidianidad lo que fue la dictadura uruguaya (1973-1985).
Un saludo grande!!
Benedetti, siempre Bendetti, en verso o en prosa consigue llevarte tan lejos y tan cerca como desea el ritmo de sus pasos.
Un beso