Desde el momento en que leí Violent Cases (aquí publiqué mi reseña) y me gustó tanto, quise leer más cómics para los que Gaiman hubiese escrito la historia. Pero – ignorante de mí – no sabía que tenía unos cuantos más, repitiendo tándem con el artista Dave McKean. Así que cuál fue mi alegría al encontrar que hay unas cuantas novelas gráficas más de este equipo de dos. Una de ellas, y la que más me llamaba por su argumento, fue esta: Señal y Ruido.
En Señal y Ruido, el protagonista es un director de cine y guionista en la cincuentena. Se encuentra preparando la película que siempre ha querido hacer. Siente que todas las que ha hecho hasta el momento han acabado siendo muy diferentes – e inferiores – a como las había imaginado en su cabeza. Pero con su nueva película sobre el Apocalipsis, eso no ocurrirá. Saldrá tal y como la imagina, tal y como la piensa. Pero el director de cine se está muriendo de una enfermedad (cáncer) que le dará solo unos meses. Ya no podrá hacer esa película, su película más perfecta, su obra maestra. Y hubiera tratado del Apocalipsis, pero no del Apocalipsis que está por venir en el momento que piensa el guión, sino casi mil años antes, al final del año 999. Tiene en mente a una pequeña aldea en el centro de Europa con sus habitantes. Esa gente piensa que el Apocalipsis llegará cuando entre el año 1.000, y por eso se preparan para el fin. En su mente, los ve, les pone cara, se imagina los escenarios y sus conversaciones… Estas serán las escenas que veremos, alternadas con su propia vida, durante toda la historia. Además, leeremos su propio monólogo interior, intercalado con conversaciones o cosas que ve en la tele.
Señal y Ruido es un título que hace referencia a un concepto de Física del mismo nombre, y que mide la relación entre la potencia de señal que se transmite y la potencia de ruido que corrompe esa señal. Y esta novela va justo de eso, lo que proyecta o ha proyectado este protagonista y lo que quedará cuando ya no esté. Durante las páginas aparecen varias veces las palabras «señal» y «ruido», lo podréis ver si la leéis. Todo significa algo. Incluso las cosas que no significan nada. Como el ruido que oyes al cambiar de canal en una radio vieja. Son todo patrones. O lo serían si tuvieras perspectiva. El ruido no existe. En una de las pocas conversaciones que el protagonista tiene con amigos y conocidos en sus últimos días, esto es lo que le dice Reed, su vecino de arriba. Y él mismo dice en otra parte del cómic: Pero detrás del tic ta, detrás del sonido, oigo lo otro: limpio y estéril y frío. Oigo el silencio. Y no desaparece.
Y toda la obra es una reflexión sobre la muerte, sobre cómo se puede afrontar y sobre lo que significa, sobre los pequeños y grandes apocalipsis. Está llena de frases y diálogos interiores geniales.
Este fragmento, por ejemplo, en cierto modo podría resumir parte de la esencia de la historia:
Hay una aldea en mi mente.
Un mundo en mi mente.
Gente que salió de las sombras para acurrucarse lejos del frío, hace mucho tiempo o nunca.
Es la única oportunidad de vivir para la gente de mi cabeza. Si no los escribo morirán conmigo…
Pero yo no moriré.
Sé que no moriré. Soy demasiado importante. Para mí, si no para nadie más.
Si estoy frío y enterrado, no moriré.
No debo.
El protagonista siente angustia, miedo y no se resigna a la idea de la muerte. Tampoco se resigna a no dejar rastro cuando ya no esté. Él no puede, no va a morir. Y prueba de ello son sus procesos de pensamiento hasta el final, cómo se niega a seguir tratamiento médico, cómo cree encontrarse mejor, sus autoengaños, y la magnífica frase que se le ocurre y que inserta en su historia:
El mundo siempre está acabándose para alguien.
El apocalipsis no podría ser más oportuno como tema sobre el que meditar día y noche para alguien que está muriendo. El mundo se acaba para él, ergo el mundo se acaba. Punto. Las reacciones de sus aldeanos de ficción bien podrían ser las suyas en diferentes momentos: algunos gritan, otros aceptan su destino, otros sienten que enloquecen… Es un curioso paralelismo en este caso, el que se establece entre realidad y ficción.
Esta novela gráfica (ni cómic ni nada, es una novela gráfica con todas las letras) es reflexiva, lenta, para reflexionar mientras se lee. Si os gustan este tipo de argumentos, un poco intelectuales, incluso metafísicos, yo creo que también os encantará Señal y Ruido. El guión de Gaiman es magnífico, con las palabras justas y un lirismo que a ratos duele. El trabajo de McKean es simplemente espectacular, con su personalísima técnica de ilustración, mezclando imágenes reales con dibujos. Creo que es el complemento perfecto para la historia de Gaiman.
Desde luego, y aunque ya estaba preparada para que me gustara mucho, esta historia me ha tocado el corazoncito. La he disfrutado (si es que es esa la palabra que tengo que emplear, dado el tema que trata) de principio a fin, me han gustado muchas de sus frases, me ha parecido triste pero a la vez preciosa. Como si nos dijera que de algún modo, y a pesar de la enfermedad y la muerte, podemos ser inmortales.
Y, al fin, pensé, para esto es el arte. Es nuestra única oportunidad de escuchar las voces de los muertos. Y más que eso, les permite tocarnos, y nos permite a nosotros, los vivos, aprender de ellos.
Gaiman es uno de mis autores favoritos. Me encantó Los hijos de Anasi y Buenos presagios que escribió con Terry Pratchett. Me han entrado muchas ganas de leer Señal y ruido, pues toca un tema que a mi me obsesiona mucho: la muerte.
Saludines!
Tendré que revisarlo 🙂
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Mira que me gusta Gaiman y nunca me ha dado por leerlo en novela gráfica… Pero es una asignatura pendiente, sin duda, es un grandísimo escritor.