Y lo hace en esta web
Traducido por mí misma, el artículo tiene fecha del 20 de marzo.
Cuando se aproximaban los Premios de la Academia de 1946, no había mucho suspense acerca de quienes se llevarían los trofeos a mejor actor y mejor película; Ray Milland y The Lost Weekend parecían los candidatos perfectos. La competición para la mejor actriz, sin embargo, era una carrera de caballos. El consenso general es que Joan Crawford probablemente se merecía el Oscar por su interpretación de Mildred Pierce en la película del mismo nombre, pero tres de las otras nominadas – Ingrid Bergman, Jennifer Jones y Gene Tierney – parecían ser las ganadoras más probables. Las películas que protagonizaban estas mujeres eran más alegres (particularmente The Bells of St. Mary’s), y las actrices mismas caían mejor. Crawford era arrogante, demasiado afectada, y era difícil trabajar con ella. “No me sentaría en su inodoro”, es una frase célebre de Bette Davis.
Puede que haya sido arrogante; pero no era estúpida. Con terror a perder, fingió estar enferma la gran noche. El director de la película, Michael Curtiz –consternado al principio porque le hubieran endilgado una dama protagonista tan conflictiva – aceptó en nombre de ella. Crawford recibió a los periodistas en su habitación solo después de que la victoria fuera suya.
No habrá tales dificultades en los premios Emmy de este año, cuando Kate Winslet muy probablemente reciba su propio premio. Ella no cae mal en la comunidad de Hollywood, no tiene reputación de diva (al menos que yo seapa), tuvo que trabajar con un guión que sigue muy de cerca la historia de alto voltaje de James M. Cain (la versión de 1945 se apartaba salvajemente del libro, añadiendo una ridícula trama de asesinato), y le da cien vueltas a Crawford.
¿Esto convierte a la miniserie de cinco capítulos de HBO – dirigida por Todd Haynes y bellamente fotografiada por Edward Lachman, que ya había colaborado con Haynes – el evento televisivo de la primavera? Hum… bueno… eso depende de tus gustos, Espectador Constante. Si eres más de lo Brillante & Soleado, te sugeriría cinco tardes de reemisiones de Frasier. O podrías poner The Bells of St. Mary’s en tu cola de Netflix. Si, sin embargo, un drama atrapantemente oscuro sobre personas que no son particularmente simpáticas (además de una niña mala que crece hasta ser una joven realmente monstruosa) es lo tuyo, no querrás perdértela.
Mildred Pierce comienza en Glendale, California, en 1931, y termina allí aproximadamente 10 años después. Mildred recorre penosamente una desgracia detrás de otra, con desagrado y sin una fortaleza particular, arrastrando a Veda, la arpía de su hija, tras ella como un ancla. Mildred sobrevive – de algún modo – pero el espectador se queda con la sensación de que ninguna de sus victorias significa mucho, y puede recibir los créditos al final de los cinco capítulos con un suspiro de alivio. No me malinterpretéis: es absorbente, pero cuando terminó finalmente el cuento de Mildred, me sentí un poco como cuando, cuando era un niño, finalmente descubrí cómo sacarme de los pulgares una trampa china para los dedos.
Cuando conocemos a Mildred, está dando los toques finales a uno de los pasteles que vende, mientras le machaca la oreja a su marido infiel. Realiza ambas tareas con aplomo, yendo tras el pobre y perplejo Bert Pierce con el ritmo de metralleta de la chica de un gángster en una película de Cagney: “¿Qué haces con ella? ¿Juegas al rummy con ella durante un rato, luego desabotonas ese vestido rojo que siempre lleva sin sujetador debajo, y la tiras en la cama? ¿Y luego dormís un poco, y luego os levantáis y veis si hay algo de pollo frío en la nevera, y luego jugáis al rummy un poco más, y luego la tiras en la cama otra vez? Jesús, eso tiene que ser fenomenal”.
Mientras tanto, está la desagradable Veda para tener en cuenta. Es un monstruo, pero no uno (como Rhoda Penmark en The Bad Seed) que sale de ninguna parte; ella es su propia madre con todos los atisbos de gracia elminados. Mildred, al menos, es capaz de sentir amor. En Veda, el amor ha sido templado hasta ser un duro diamante de ambición. Peor aún, Mildred se convierte en su posibilitadora intencionada y ciega. “No quiero que tenga solo pan”, le cuenta Mildred a su amiga, Lucy. “Quiero que tenga pastel”.
Mildred finalmente se ve forzada a buscar trabajo como camarera, aunque rechaza decírselo a sus hijas. A Ray, la alegre hija menor, probablemente no le importaría, pero Veda se sentiría horrorizada y desdeñosa. Mildred también se siente horrorizada, y esa es una de las cosas que hace tan difícil que caiga bien. La otra es su denodado rechazo, a pesar de todas las evidencias en contra, de que está amamantando a una víbora en su regazo. Y cuando Ray muere de una fiebre, la serpiente es la única que queda en el nido.
Aunque el punto para promocionar la miniserie y vendérsela al público de HBO puede ser el romance con el playboy gandul Monty Beragon (bellamente interpretado por Guy Pearce), las secuencias más vitales tienen que ver con el ascenso hacia el éxito de Mildred en un mundo de hombres, primero vendiendo sus pastellas y pastas al lugar donde trabaja, y luego abriendo su propio restaurante. Aunque considera su trabajo de camarera muy desagradable, Mildred es una observadora curiosa y casi depredadora, y trabajar en una cafetería de servicio rápido le enseña las dificultades del servicio de comidas. La mayor de ellas es el exceso de despilfarro y demasiadas posibilidades. Cuando abre Mildred’s, hay dos cosas básicas en el menú: pollo y gofres. Se convierte, en cierto modo, en el Coronel Sanders en el cuerpo de una mujer – y qué cuerpo espléndido. La novela de Cain describe una mujer de encantos voluptuosos. Joan Crawford no era esa mujer; Kate Winslet lo es.
Mildred se extiende a tres restaurantes, experimenta un éxito mareante, y luego lo pierde todo (por lo tanto, vuelta a Glendale). Culpa a los hombres que le dieron demasiado crédito y malos consejos, pero la realmente culpable es Veda, que cuelga de ella como una sanguijuela, sangrando a MIldred hasta que florece como una soprano de coloratura (algo que ocurre después, sin previo aviso, y a pesar de su incesante consumo de cigarrillos). Veda se va a Nueva York, pero no antes de realizar un acto final de lejos demasiado impactante como para que la versión de 1945 de Mildred Pierce lo tuviera en cuenta siquiera – de ahí la baza de la trama de asesinato. Creo que la última traición de Veda impactará incluso a los espectadores actuales, y Evan Rachel Wood está increíble en su penúltima escena. La desnudez raramente ha parecido tan malvada. O tan tentadora.
Hay buenísimas actuaciones en el escalofriante remake de Todd Haynes. Melissa Leo hace una dura interpretación de la única amiga de Mildred. Brian F. O’Byrne está perfecto como el negado pero de buen corazón primer marido, y en cuanto a Winslet y Pearce… dios. Detesto el término “química” para describir a actores interpretando a personas que se atraen sexualmente, así que digamos simplemente que estos dos están en perfecta y feroz sincronización. Imaginad a Bogie y Bacall en el infierno y captaréis la idea. Winslet y Pearce no solo se calientan en Mildred Pierce; ellos están cerca de arder. Si no es por otra razón, puede que queráis sintonizar la televisión para ver a dos actores en la plenitud de sus poderes creativos y belleza física.
También hay problemas aquí. Haynes ha mostrado su amor por la versión del pasado de América de Hollywood ya antes, de forma muy notable en la destacable pero igualmente difícil de asimilar Far from Heaven, y aquí está fuera de control. ¿En palabras cortas? Es muy larga. Supongo que suena imprudente, viniendo de un tipo que ha escrito varias novelas inmensas, pero lo soporto. Cuando el Emperador José II al parecer dijo a Wolfand Amadeus Mozart que su nueva opera tenía demasiadas notas, supuestamente contestó, “Solo las necesarias, Alteza”. Utilizando esa metáfora, la versión de Haynes de Mildred Pierce tiene de largo demasiadas hojas de partitura.
En su memorable introducción a tres de las primeras novelas de James M. Cain, Tom Wolfe escribió: “Coger una novela de Cain es como subirse en un coche con uno de esos Superstockers que asciende a cuarenta en el momento en que tu pierna derecha está en la puerta”. En esta versión de Mildred Pierce, no solo estás en la puerta en el momento en que la historia alcanza velocidad de crucero; has tenido tiempo a ponerte el cinturón, encender la radio, echarle una ojeada al último número de Photoplay, y comerte un Butterfinger.
La ambientación de la era de la Depresión es perfecta, y llegas a apreciar todo ello porque Haynes se detiene en cada bungalow, cada cuneta de carretera, cada mansión sobredecorada de Beverly HIlls. Hay planos soporíferos y al menos una secuencia de travelling que parece casi interminable. Mildred y su amiga, Lucy, están en la orilla del mar, y empiezo a pensar que van a llegar andando a San Diego. Quizás incluso Mexico City. Hay suficientes planos de una pensativa Winslet vistos a través de parabrisas como para darte ganas de gritar. Sí, es bella, lo sigo pensando, así que ¿por qué el director no la hace hacer nada más interesante que mirar fijamente el limpiaparabrisas? Las novelas de Cain son cuchilladas rápidas y fuertes en el corazón. Su libro más famoso, El cartero siempre llama dos veces, solo tiene 128 páginas. La versión original en tapas duras de Mildred Pierce solo tiene 250 páginas. Podrías leer todo en voz alta antes de que termine la miniserie. Creo que Cain se maravillaría ante los valores de actuación y producción, pero haría una mueca ante el ritmo. Probablemente Elmore Leonard, cuya famosa receta para el buen entretenimiento es “quita las partes aburridas”, haría lo mismo.
Y aún así Mildred Pierce posee una fascinanció visceral, como de serpiente. Caulquier madre que haya tenido alguna vez problemas con su hija (supongo que eso serán la mayoría) se sentirá rápidamente identificada. Y tenga los problemas que tenga la miniserie, Haynes claramente transmite el mensaje básico de Cain: cuando permites a un niño crecer sin conciencia o escrúpulos, el resultado va a ser desagradable. En su introducción, Tom Wolfe llama a Veda “pequeña perra”. A pesar de eso podemos terminar por ofrecerle a Mildred al menos un perdón condicional. Veda es, después de todo, lo que tiene, y Mildred lucha por ello, con uñas y dientes. Y aquí está el bonus: Haynes nos ha dado la sorpresa original de Cain de un climax sin adornos y en un escabroso primer plano.
Al final, sin embargo, Winslet carga con esta serie sobre sus sólidos hombros, y cuadno alguien le alargue la dama con alas doradas el año que viene, seré el primero en aplaudir. ¿He escuchado a alguien ahí fuera decir, “Le das mala suerte”? Tonterías. La Mildred de Winslet es una estrella de verdad. Cómo la habría odiado Joan Crawford.
WOW!!!!! Quiero ver esa serie YA! Además conozco las referencias y he leido a Cain. Felicidades por tan brillante traducción. (cómo es este King, jajaja)
Y yo, y además me dio ganas de leer algún libro de Cain. La traducción no es muy buena, la hice esta mañana en el trabajo y tendrá fallos…
King es la bomba, jeje!
Sonix, me has dado ganas de ver esa serie. Me gusta pasar por espacios como el tuyo, yo necesito salir un poco del mundo de los escritores.
Un beso.
Humberto.
HUMBERTO, pues me alegro mucho, a mí también me gusta visitar el tuyo, ya sabes. ;D
Pero el mérito en todo caso no es mío, es de Stephen King que es único recomendando cualquier cosa. ^^
Wow, se lee genial, aunque creo que la tendré que ver en linea, no tengo los canales de hbo
Saludos Sonia!
Sophie, pues como yo, pero no creo que haya problema para conseguirla. ;D