El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, de Charles Bukowski (Reseña)

No hay que lamentarse por la muerte, como no hay que lamentarse por una flor que crece. Lo terrible no es la muerte, sino las vidas que la gente vive o no vive hasta su muerte. No hacen honor a sus vidas, les mean encima. Las cagan. Estúpidos gilipollas. Se concentran demasiado en follar, ir al cine, el dinero, la familia, follar. Sus mentes están llenas de algodón. Se tragan a Dios sin pensar, se tragan la patria sin pensar. Muy pronto se olvidan de como pensar, dejan que otros piensen por ellos. Sus cerebros están rellenos de algodón. Son feos, hablan feo, caminan feo. Ponles la gran música de los siglos y no la oyen. La muerte de la mayoría de la gente es una farsa. No queda nada que pueda morir.



No recuerdo exactamente qué he leído de Bukowski (así de mal estoy), aparte de algunos de sus poemas. Un día de estos tendré que repasar mi biblioteca para ver qué libros sí he leído, pero este no es el tema hoy. Me gustó el título del libro, y por eso, y porque el libro contiene ilustraciones de Robert Crumb, me lo compré.

A priori el contenido no me llamaba demasiado. Es una publicación póstuma, una composición hecha con fragmentos suyos de diario, de los años anteriores a su muerte. En las últimas anotaciones solo faltaban unos meses para que muriera, y eso conlleva cierta tristeza para el que lo lee. Así que aqui tenemos a un Bukowski alejado de su imagen célebre de poeta canalla muerto de hambre y camorrista. Aquí tenemos a un señor de setenta y pico años con una casa grande, piscina y jacuzzi, que pasa las mañanas en el hipódromo, vive con su mujer y sus nueve gatos, y se encierra cada noche a escribir en su ordenador Macintosh. 

En fin, un día especialmente malo. El sistema que normalmente me funciona no me ha funcionado. Los dioses barajan las cartas. El tiempo es mutilado y tú eres un estúpido. Pero el tiempo se hizo para malgastarlo. ¿Qué le vas a hacer? No siempre puedes funcionar a todo vapor. Te paras y arrancas. Tocas techo y luego te hundes en un pozo negro. ¿Tenéis gato? ¿O gatos? Cómo duermen, tío. Pueden dormir 20 horas al día y siempre están guapos. Saben que no hay nada por lo que merezca la pena entusiasmarse. La siguiente comida. Y algo que matar de vez en cuando. Cuando siento que todas estas fuerzas me desgarran, me dedico a mirar a uno o a varios de mis gatos. Son 9. Miro a uno de ellos, dormido o medio dormido, y me relajo. Escribir también es mi gato.


Siendo ya mayor, sintiendo que ya tiene cerca la muerte, conocemos a un Bukowski más calmado, de vuelta de sus excesos, pero todavía con una necesidad muy potente de escribir. Tal como explica, las palabras siguen llegando y él las vuelca cada noche, religiosamente, porque lo necesita. Está todavía en plenitud de facultades como escritor, aunque ya en el crepúsculo físico de su vida. No es un anciano acomodado y complaciente, sino que sigue sintiendo rabia, algo dentro de él que no puede controlar, y sigue siendo bastante misántropo. Pero escribir le mantiene en forma, le mantiene vivo.

La otra ocupación de Bukowski en su vejez es ir al hipódromo, no falta a su cita diaria con las apuestas y ese micromundo del hipódromo, donde conoce todo y a todos. Estudia las rutinas del personal de seguridad, de los cajeros, de los asiduos de las apuestas, tanto los más discretos como los que van buscando pelea o conversación. Es un mundo en miniatura con sus propias reglas, que a Bukowski le encantaba observar y así poder conseguir más material para su escritura. 

Me ha gustado este formato de diario, que al inicio encontraba simplote (como cualquier diario), pero que no tardó mucho en atraparme, con las reflexiones de todo tipo que volcaba el escritor ahí: filosóficas, políticas, existenciales… siempre con la mala leche que le caracterizaba, con su lenguaje sucio. 

Creo que si no habéis leído nada de él, este libro no sería el más recomendable para iniciaros. Pienso que se puede disfrutar mejor, si uno sabe de donde venía ya este anciano, qué había sido, qué escribía antes y en qué condiciones. Porque el que aquí vemos como un hombre de vida tranquila, con sus rutinas y sus (¡nueve!), gatos, tuvo una juventud tempestuosa, llena de peleas, borracheras, y condiciones extremas. Él mismo se hace gracia al recordar que una vez durmió sobre unos contenedores, y ahora tiene una buena casa y un jacuzzi. 

No me esperaba que me gustara tanto el libro, la verdad, pero es que Bukowski… era mucho Bukowski. Y las ilustraciones de Robert Crumb, todo un acierto, son geniales como siempre. 

Hay un pequeño balcón ahí fuera, la puerta está abierta y veo las luces de los coches en la Harbor Freeway, hacia el sur, nunca se detienen, ese flujo de luces, sin principio ni fin. Toda esa gente. ¿Que hace? ¿Qué piensa? Todos vamos a morir, todos nosotros, ¡menudo circo! Debería bastar con eso para que nos amáramos los unos a otros, pero no es así. Nos aterrorizan y aplastan las trivialidades, nos devora la nada.

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Estoy jodido por la vida, no nos entendemos. Tengo que darle bocados pequeños, no engullirla toda. Es como tragar cubos de mierda. Nunca me sorprende que los manicomios y las cárceles estén llenos, y que las calles estén llenas. Me gusta mirar a mis gatos, me relajan. Me hacen sentirme bien. Pero no me metáis en una sala llena de humanos. No me hagáis eso jamás. Sobre todo en un día de fiesta. No lo hagáis.

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En mi próxima vida quiero ser gato. Dormir 20 horas al día y esperar a que me den de comer. Estar tirado todo el día, lamiéndome el culo. Los humanos son demasiado miserables e iracundos y monotemáticos.

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Siempre estuve al margen, nunca encajé. Eso lo descubrí en el patio del colegio. Y otra cosa que aprendí fue que aprendía muy lentamente. Los otros tíos lo sabían todo; yo no sabía un carajo. Todo estaba bañado en una luz blanca y mareante. Yo era un estúpido. Y no obstante, aunque fuera un estúpido, sabía que no era completamente estúpido. Tenía un pequeño rinconcito de mi mismo que estaba protegiendo; allí había algo. Qué importa. Aquí estaba ahora, en el jacuzzi, y mi vida se estaba acabando. No me importaba, ya había visto el circo.

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Siempre habrá quienes defiendan a los subnormales de la sociedad, porque no se dan cuenta de que los subnormales son subnormales. Y no se dan cuenta porque ellos también son subnormales. Tenemos una sociedad de subnormales, y por eso la gente actúa como lo hace, y se hace lo que se hace. Pero ése es asunto suyo y a mí no me importa, a excepción de que tengo que vivir con ellos.
Recuerdo una vez que salí a cenar con un grupo de gente. En una mesa cercana había otro grupo de gente. Hablaban en voz alta y no dejaban de reírse. Pero su risa era completamente falsa, forzada. Se reían y se reían.
Finalmente les dije a los de nuestra mesa:
-Es bastante insoportable, ¿verdad?
Uno de los de nuestra mesa se volvió hacia mí con una dulce sonrisa y dijo:
-Me gusta que la gente sea feliz.
No respondí. Pero sentí que un agujero oscuro y negro se me abría por dentro. Ah, qué demonios.

Autor: Charles Bukowski
Título original: The captain is out to lunch and the sailors have taken over the ship
Año publicación: 1998
País del autor: USA
165 páginas
ISBN: 978-84-339-7678-9
Leído en… español (Ed. Anagrama)
Disponible en Amazon

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