Empecé a amar la soledad. Las noches, las luces, las horas frías entre las doce y las cuatro de la madrugada. Las calas sin otras embarcaciones a la vista. Las conversaciones conmigo mismo y con mi velero.
El resto de mi vida se difuminó. Primero la oficina. Sobre todo la oficina, y lo que allí se consideraba importante.
Este libro fue uno de esos que me encuentro en mi deambular por librerías, y por lo que sea me llaman la atención. Así que tras consultar alguna que otra reseña para asegurarme, lo compré para probar. Al fin y al cabo, es bastante corto (aproximadamente 150 páginas).
La historia es muy sencilla. Un hombre decide aprovechar el respiro de tres meses que le han dado en su trabajo, para realizar una travesía en solitario en barco, desde Thyboron (Dinamarca) hasta Harlingen (Países Bajos), a bordo de su velero, al que ha llamado Ismael. En el tramo final de ese viaje no irá solo, sino que se le unirá su hija de siete años, María.
No se trata propiamente de un relato de aventuras en el mar, sino de una historia de catarsis personal del protagonista, un hombre que se encuentra en una encrucijada, sin tener claras las que hasta ese momento eran sus mayores prioridades, aparte de su familia: trabajo, ascender en su carrera… Vamos, que Donald, nuestro protagonista, busca con este viaje quizá hacer un paréntesis, tener más claras las cosas, redescubrirse a sí mismo. Se podría simplificar la cosa diciendo que está teniendo una crisis existencial de esas que a veces surgen, normalmente en torno a la mediana edad.
Cualquier nimiedad podía sumir a uno en la desgracia. Cuántas personas no perdían la vida de una forma extraña. Una escalera. La gripe. Un tropezón. Cualquier otra enfermedad. La propia muerte me parecía extraña. Es extraño que se pierda de golpe todo lo que se ha construido en la vida, todo lo aprendido, todo lo amado.
Durante tres meses, pasados casi todos en soledad, tiene tiempo para reflexionar sobre sí mismo, sobre las relaciones que tiene en su vida, y también abordar cuestiones más metafísicas, como pueden serlo las relaciones entre seres humanos, la paternidad, la relación del hombre con la naturaleza. No es que Donald nos hable a nosotros, lectores, sino que se habla a sí mismo, detalla su evolución física y mental.
Mi barco se llama Ismael en honor al protagonista de Moby Dick. Ismael es un superviviente. Se enrola en un ballenero cuyo capitán, en un acto de venganza y rabia, persigue el Santo Grial, la ballena blanca que, al final, acaba destruyendo el barco.
Para mí, Moby Dick es el libro más bello que se ha escrito nunca sobre un barco y su tripulación: por eso elegí el nombre de Ismael.
A pesar de ser un libro muy corto, hay algún componente de la trama que no he comentado y es bastante importante. Surge más adelante, y nos obliga a entrar en el juego de la narración, a intentar poner solución al misterio. No está mal planteado, con su ritmo ágil, sus frases cortas, es un libro de esos para leer del tirón y dejarse absorber. A mí me hubiera venido bien quedarme con la premisa inicial, la relación del protagonista con el mar y consigo mismo y sus pensamientos, y con su hija, es por eso que cuando aparece el componente nuevo de la narración no me sentí del todo cómoda.
María es mi hija, la única que tengo. Tiene siete años. Hasta que cumpla ocho, no sabré cómo de pequeña es una niña de siete.
Las madres no quieren que sus hijos crezcan; los padres, sí. No ven el día en que sean lo suficientemente mayores para compartir cosas con ellos.
Algunos otros aspectos no me acabaron de convencer, como la concepción que el protagonista, y a través de él, el escritor, tiene sobre la paternidad y la maternidad. Con unas ideas realmente anticuadas sobre el rol de un padre y una madre en la vida de un niño, o sobre las mujeres casi hechas para ser madres, fue algo que me despistó bastante, en el mal sentido. Dejando eso a un lado, el resto de la historia podría haberme gustado bastante. Pero hay algo en el enfoque, en cómo se explican las cosas, que me dejó un poco fría. Es un libro que se lee del tirón, sí, con ese estilo tan rápido y sencillo (a veces incluso simple), pero que al final me dejó un poco insatisfecha. Seguramente es un tema de expectativas, porque me esperaba una historia que no es la que he tenido al final, y eso en parte es culpa mía y no del escritor.
Mi suerte está en manos del mar. ¿Acaso le importa al mar que yo fracase? Hasta ahora lo consideraba mi socio, un amigo con quien compartir experiencias. Tenía tres amigos de verdad: Hagar, María y el mar. Pero el mar no es amigo de nadie. El agua no tiene sentimientos ni historia. No hace nada, simplemente existe. Si asesina o ahoga a alguien, lo hace por la propia estupidez de uno mismo. El mar no es amigo ni enemigo.
Título original: Op Zee
Año publicación: 2011
País del autor: Países Bajos
Número de páginas: 152
ISBN: 978-84-16748-88-4
Leído en… español (Ed. Acantilado)
Para Elsa.
Para Michiel.