Las cenizas de Angela, de Frank McCourt (Reseña)

Mi padre y mi madre debieron haberse quedado en Nueva York, donde se conocieron, donde se casaron y donde nací yo. En vez de ello, volvieron a Irlanda cuando yo tenía cuatro años, mi hermano Malachy tres, los gemelos, Oliver y Eugene, apenas uno, y mi hermana Margaret ya estaba muerta y enterrada.
Cuando recuerdo mi infancia me pregunto cómo pude sobrevivir siquiera. Fue, naturalmente, una infancia desgraciada, se entiende: las infancias felices no merecen que les prestemos atención. La infancia desgraciada irlandesa es peor que la infancia desgraciada corriente, y la infancia desgraciada irlandesa católica es peor todavía.

Normalmente siempre comienzo mis reseñas, aparte de con un fragmento del libro en cuestión, contando cómo llegó a mis manos. Normalmente mis libros me los compro yo misma, una pequeña parte me los regalan. Pero en los últimos meses se está dando un poco más el fenómeno de préstamo de libros: yo presto, y a mí me prestan. Me encanta. Las cenizas de Ángela fue un préstamo de esos en plan «a mí me gustó mucho, espero que a ti también te guste». Y dio en el clavo.

Me encantan las autobiografías, no las biografías sino las historias personales contadas por sus protagonistas. En los últimos años este tipo de libros ha proliferado en mis lecturas, y ya incluso tengo una lista bastante decente del género. Y había visto este título muchas veces, en librerías, sabía de la existencia de la adaptación al cine… pero no tenía muy claro que me fuera a gustar, no tenía muy claro qué tipo de historia era, y en su momento las autobiografías no me llamaban para nada la atención. La gente cambia, así que cuando me prestaron el libro y vi que era una narración de los primeros años del escritor, contada por él mismo, me emocioné: ¡me iba a encantar!

Frank McCourt nació en Nueva York, sus padres eran de origen irlandés los dos, pero habían ido a buscar fortuna a América. Un embarazo imprevisto provocó que acabaran casándose antes de lo que pensaban, y claro que podrían haber salido adelante allí, con el trabajo de él mientras ella cuidaba a los niños que no paraban de llegar. Tenían un problema, sin embargo, los salarios de Malachy, el padre de Frank, casi nunca llegaban a casa, pues él se dedicaba a beberse todo lo que ganaba en las tabernas de la ciudad. Fue entonces cuando entró en juego la familia de ella, representada por unas primas lejanas que vivían allí: Angela, la madre de Frank, estaba pasando aprietos, los niños estaban descuidados y su marido era un inútil incapaz de llevar dinero a casa o cuidar de ella o los niños. La familia debía volver a Irlanda, de donde procedía Angela y donde vivía el resto de su familia, un pueblo llamado Limerick que tampoco estaba en su mejor momento, allá por los años 30 en Irlanda.

Así que se desplaza a Limerick toda la familia: Angela, Malachy, y sus cuatro hijos. Frank era el mayor de los niños, y el más parecido a su padre; seguido por Malachy, el segundo, el que cautivaba a todos con su sonrisa angelical; los gemelos, Oliver y Eugene, eran solo unos bebés. Todos tenían una diferencia de edad muy pequeña, en aquella época la gente como los padres de Frank, no sabían nada de métodos anticonceptivos ni querían saberlo, eran profundamente católicos, hasta las últimas consecuencias. En Limerick encuentran una bienvenida muy poco cálida, la familia de Angela también es pobre y no pueden permitirse acoger una familia de seis personas, por lo cual, Angela y Malachy deberán intentar salir adelante por sus propios medios. Pero Malachy tiene una debilidad demasiado grande por la bebida y por eso no es capaz de mantener un trabajo; por su familia, es incapaz incluso de llevar a casa el escaso subsidio de desempleo y en ocasiones también se lo gasta en alcohol.

Frank nos cuenta una infancia difícil, en la que pasó hambre, frío y vergüenza en incontables ocasiones. Donde él y sus hermanos iban mal vestidos, pasaban frío y contraían enfermedades a menudo debido a sus condiciones de vida precarias. Frank mismo sufrío fiebes tifoideas, que casi acaban con él; otros miembros de la familia no tuvieron tanta suerte. Y mientras tanto, su padre iba de taberna en taberna gastándose el dinero que tendría que haber mantenido a su familia, y su madre pidiendo en todas las partes donde fuera posible conseguir algo de beneficencia. Vamos, un drama… mientras otras familias «normales» iban subsistiendo, la familia de Frank no comía de forma adecuada, no vestía de forma adecuada, y sobrevivía a base de las ayudas que conseguían de la Iglesia. O mejor dicho, de lo que Angela conseguía para ellos.

Si de él dependiera, aprenderíamos nuestra religión en latín, la lengua de los santos, que vivían en comunión íntima con Dios y con su Santa Madre la lengua de los primeros cristianos, que se refugiaban en las catacumbras y que salían para morir en el potro y por la espada, que expiraban en las fauces babeantes del león hambriento. El irlandés está bien para los patriotas; el inglés, para los traidores y para los delatores, pero es el latín el que nos franquea la entrada del mismísimo cielo. En latín rezaban los mártires cuando los bárbaros les arrancaban las uñas y los despellejaban a tiras. Dice que somos una deshonra para Irlanda y su larga y triste historia, que estaríamos mejor en el África rezando a un arbusto o a un árbol. Nos dice que somos un caso perdido, la peor clase de preparación para la Primera Comunión que ha tenido en su vida, pero que, como hay Dios, nos convertirá en católicos, nos quitará a golpes la pereza y nos meterá a golpes la Gracia Santificante.

Es curioso ver cómo de diferentes son los padres de Frank, y cómo siguen juntos a través de los años, a pesar de todo. Imposible no indignarse con el padre, incapaz de mantener a su familia pero mirando con desaprobación a su mujer por ir a la beneficencia. También es curioso cómo los demás niños y la gente del barrio tratan con cierto desprecio a los niños McCourt, por ser hijos de «uno del Norte». A Frank, incluso su propia familia a veces le desprecia un poco por tener el mismo «aire raro» de su padre y parecerse a él. Limerick se nos presenta como un lugar horrible donde vivir, con personas que no se ayudan demasiado entre sí: cuando hay necesidad, lo primero es cuidar de la familia de uno, esta gente no se podía permitir la caridad o la solidaridad.  Sin embargo, es complicado, y es duro, leer todo lo malo que le pasa a la familia de Frank por encontrarse en una situación tan desesperada. El hecho de ser una historia real le da un relieve diferente y hace que importe más que si estuviéramos leyendo pura ficción (obviamente).

Hay héroes en esta novela. No en vano el foco está sobre la madre, Angela, porque a pesar de sus defectos es una luchadora nata, una leona que hace lo que sea para cuidar a sus hijos, para darles algo de comer y curarlos cuando están enfermos. Su principal defecto, quizá la permisividad con su marido. Los otros héroes, los niños, que a pesar de las circunstancias adversas mantienen la ilusión, la esperanza, y un profundo amor entre ellos. Enternece leer las interacciones y diálogos entre hermanos, cómo Frank intenta cuidarlos aunque a veces se despista un poco (la diferencia de edad no era muy grande al fin y al cabo, todos eran niños muy pequeños), cómo maduran y aprenden a sobrevivir a marchas forzadas, cómo entre ellos van siempre todos a una. La gente del pueblo no les ayuda, pero es que la familia de Angela tampoco demasiado; la abuela no es protectora pero está cuando se la necesita en situaciones extremas, los hermanos de Angela tienen una relación más distante. Nada es blanco ni negro, y aunque de modo superficial pueda parecer que no contaban con la ayuda de nadie, y es cierto en gran parte, la intención de algunas personas que les rodeaban no parecía mala del todo. Como se suele decir, a veces la gente hace lo que puede, pero no es suficiente… Y la familia McCourt constaba de muchas personas necesitadas de ayuda, y teóricamente no la necesitaban tanto, con un cabeza de familia capacitado para trabajar. En otros casos, la gente se comporta de forma mezquina, porque así es como creían que debía ser, por ejemplo en el caso de los sacerdotes, profesores, personas con algo de poder que se creían en una posición superior a los demás.

Cuando termina la obra me deja manipular el botón de la radio y yo exploro el dial buscando sonidos lejanos en la banda de onda corta, susurros y siseos extraños, el fragor del mar que viene y va y el código Morse, raya raya raya punto. Oigo mandolinas, guitarras, gaitas españolas, los tambores de África, el canto como un quejido de los barqueros del Nilo. Veo a los marinos de guardia que se toman tazones de chocolate. Veo catedrales, rascacielos, casitas de campo. Veo a los beduinos en el Sahara y a la Legión Extranjera francesa, a los vaqueros de las praderas americanas. Veo las cabras que saltan por las costas rocosas de Grecia, donde los pastores están ciegos porque se casaron con sus madres por equivocación. Veo a la gente que charla en los cafés, que bebe vino a sorbitos, que se pasea por los bulevares y por las avenidas.
 
La narración es en primera persona, contada por el escritor con sus ojos de niño. Y aunque sabemos que el libro lo publicó cuando ya pasaba de largo los 60 años, da el pego. Es como de verdad acompañar a un pequeño Frank, vestido con pantalones cortos y con zapatos siempre rotos, y no poder hacer nada con él. Ya he dicho que es una lectura dura, pero no cae en más dramatismo del necesario. La perspectiva de Frank niño, y el saber que llegó a adulto, nos dan esperanza, sabemos que al menos una persona va a tener un final más o menos feliz, sabemos que de esa miseria se puede salir, que la lucha merece la pena y que incluso a pesar de todo lo vivido es capaz de recordar aquellos tiempos con cierto amor, con humor incluso. Me imagino que para el Frank adulto debió ser un esfuerzo muy grande bucear en todos esos recuerdos, recordar su infancia y su adolescencia y recordar también a sus seres queridos, y hacer el ejercicio de contarlo todo tal como lo vivió, o como recuerda que lo vivió, y no con su visión de adulto. Por tanto, el Frank niño encuentra normales muchas cosas que no lo eran, no conoce más que lo que le han enseñado, y explica sin tapujos cualquier cosa tal como la entiende (y no siempre entiende todo…) La narración es fácil de leer, con un estilo ágil, resultado de eso es que me acabé el libro enseguida, en pocos días. Quizá a nivel literario el estilo de McCourt no fuese el más depurado, o el mejor, pero a mí me ha resultado convincente, agradable de leer, una gran obra.
No tendremos prisa y escucharemos música en la BBC o en la emisora de las Fuerzas Armadas Americanas. Yo compraré ropas como Dios manda para toda la familia para que no vayamos enseñando el culo con los pantalones rotos y no nos dé vergüenza. Cuando pienso en la vergüenza se me parte el corazón y comienzo a sollozar.
 
No quiero acabar la reseña sin comentar una de las cosas que quizá ayudaron más a Frank en su infancia, en su juventud, y eran las fantasías de que podía conseguir algo mejor, para él y para sus hermanos y su madre. Se moría de hambre, le asaltaban las chinches y las pulgas en su casa, pero aun así era capaz de enamorarse de unos versos de Shakespeare. Cuando un anciano soldado retirado le pagó para que le leyera, descubrió nuevos libros y renovó su gusto por la lectura. Utilizaba, ya más mayor, el carnet de su madre para ir a la biblioteca y pedir libros prestados. Se espantaba y deleitaba a partes iguales leyendo martirios de vírgenes y santos. Soñaba despierto cuando escuchaba la radio… La fantasía, el imaginarse otras realidades, resultó ser una vía de escape salvadora, que le motivó incluso a escaparse del destino mejor que le podía estar destinado: un trabajo rutinario en Correos con el que poder jubilarse algún día y cobrar una pensión. Si hay algo bonito en la historia de Frank, algo positivo que también podemos ver en sus hermanos, es el deseo de algo mejor. Sin ese deseo, si hubieran estado resignados a lo que les iba trayendo la vida, hubieran estado perdidos.
Las cenizas de Angela es la primera parte de varias obras autobiográficas; la continuación, Lo es, espero leerla pronto. También escribió otra novela autobiográfica, aunque no es estrictamente una continuación, que se titula El profesor (Frank McCourt se dedicó en su vida adulta a la enseñanza).
Tengo sensaciones extrañas, y algunas veces, sentado junto al fuego con mamá y con mis hermanos, siento que se me saltan las lágrimas y me avergüenzo de mí mismo por ser tan débil. Al principio, mamá se ríe y me dice que debo de tener la vejiga cerca de los ojos, pero después dice Michael:
– Todos iremos a América, papá estará allí, Malachy estará allí y estaremos todos juntos.
Autor: Frank McCourt
Año publicación: 1996
País del autor: Irlanda-USA
Número de páginas: 483
ISBN: 9788486478957
Dedicatoria:
A mis hermanos
Malachy, Michael, Alphonsus.
Aprendo de vosotros, os admiro y os quiero.

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